Hemos leído cientos de artículos donde se detalla cómo la pandemia afectó la vida cotidiana de las familias. Se violentaron los derechos de los niños, se abusó del rol de la mujer en el hogar, se obligó a los padres a convertirse en maestros y generadores de contenido y se invirtió de alguna manera la estructura social de la familia. Los roles cambiaron, y en esa revolución todos nos empezamos a desconocer un poco y a reencontrarnos otro. Yo no sabia que era capaz de hacer todo lo que hago, no entendía tampoco la importancia de mi rol en el hogar y mi propia sanidad mental para el funcionamiento de la familia y la pandemia me dio esa posibilidad, la de entender que esta bien sentirse fuera de lugar, perderse para encontrarse. Llego marzo y me encontré encerrada en mi casa con mi hija de 3 teniendo que trabajar online, sin poder salir a la calle. Las prohibiciones desmedidas me ponían día y horario para ir a comprar, y un marido que como personal de salud debía ir a prestar servicio. Estábamos solas todo el día, ella, yo, mis alumnos ( porque soy docente) y mis perros. Pero todo era más complejo que eso, en la puja entre la casa, el trabajo, La Niña y el marido que demandaba atención la que se perdía era yo. Todo me parecía un acto de traición, dar clase y ocuparme de los chicos implicaba dejar de ocuparme de mi hija y sacrificar muebles, paredes y más en cada intento por ser mejor docente, porque ella no quería ser negada y tampoco tenía por qué. La casa me pasaba cuentas, limpieza, plancha, comidas y un contenido lúdico interminable que solo se pagaba cuando mi hija se iba a dormir, porque en el medio tenía que actuar de amigos, de abuelos, jugar a ser prima, tía, pariente, para ayudarla a no estragar tanto. Llegaba la noche y era el único rato que tenía para estar con mi esposo y conversar como adultos, y yo seguía sin estar sola. A las 5 y media sonaba el despertador y me escabullía de la cama para ponerme a corregir o preparar clases sabiendo que seguramente mi hija me llamaría a gritos por lo menos dos veces antes de las 7. Fueron meses muy duros para mi cuerpo, donde me pregunté si era lo suficientemente buena como Mamá, como ama de casa, como esposa y como docente y me di cuenta de que todos mis planteos me llevaban a lo mismo, no era necesario culparme por lo que dejaba de hacer sino sentirme bien con lo que si podía. Y en el momento en el que lo entendí abracé la transformación, mis alumnos eran importantes si, pero no tanto como la cordura de mi familia y sobre todo de mi pequeña hija ignorada y vapuleada por el sistema, una que ni a sus abuelos podía ver, ni a sus amigos, ni a un alma. Y seguí indagando y me di cuenta de que esa persona que existía antes, la yo previa a la pandemia no estaba más, la desconocía. La nueva yo tenía otro espíritu, quería sacarse de encima mochilas pesadas, quería disfrutar de lo genuino de cada momento sin tener que sentirse culpable por la lista mental eterna de deberes y obligaciones, quería poder levantarse a las 7 y no a las 5,50, pero tenía miedo de lanZarse, miedo de perder eso que conocía. Desconocerme a mi misma me posibilito reflexionar sobre cómo quiero vivir, y básicamente quiero vivir haciendo lo que me hace feliZ, quiero por derecho tener la posibilidad de criar a mi hija sin que el sistema me acuse de vaga, ineficiente o improductiva. Quiero escribir novelas aunque sepa que fracasaré 100 veces antes de conseguir algo, quiero sonreír cada vez que me levanto sin poner las necesidades de los otros por encima de las mías, quiero no tener que darle explicaciones a nadie y saber que al obrar de corazón no hay nada que explicar, quiero descansar un rato y mirar una serie mundana, eso quiero ser desconocerme de esa súper mujer que intentaba ser para convertirme en la mujer real que debo, una a la que le pasan cosas y no tiene miedo de reconocerlas, una que fracasa y lo hace sin culpa, una que decide correrse al costado del tiempo para tomar acción sobre los segundos del porvenir. Esa mujer real se equivoca, no siempre controla, quizás hasta no tenga cómo medir su éxito, pero al menos es auténtica y vive como desea. Gracias pandemia por permitirme aceptarme como soy, amo ser mamá 24 horas, amo seguir dando de mamar a mi hija, amo la vida y amo el amor y no me da miedo admitir quien soy y quien quiero ser, una niña en el cuerpo de un grande que recién esta saliendo al mundo.

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