Intuición para un mundo mejor

Recientemente tuve el placer de leer «Una civilización niñocéntrica», libro escrito por la especialista en crianza y maternidad Laura Gutman, y pude confirmar algunas corazonadas que venía teniendo desde hace rato.

La autora postula que debemos focalizarnos en una crianza más basada en el niño que en los grandes, que básicamente contemple las necesidades de amor del niño, más que las obligaciones de la sociedad, las pautas y las normas. Fomenta una crianza basada en el afecto y el apego como manera de generar seguridad, autoestima e identidad en el niño, que nos permitiría criar ciudadanos más solidarios, respetuosos y comunitarios, desde la base gracias a la reconstrucción del lazo mamá-bebé.

Entre los temas que analiza se destaca la desvinculación histórica de la mujer a su rol de madre por medio de la deslegitimación de la maternidad y lo que esto conlleva: la lactancia materna, la sobre preocupación por el niño, el apego, el colecho y la dedicación exclusiva a la criatura. Además, la autora asegura que la mujer ha relegado ese rol de «amor y confort» gestado en la maternidad, incluso, desde el embarazo, haciendo gran hincapié en la violencia obstétrica como parte de un sistema patriarcal que busca dominar a la mujer y convertir al alumbramiento en un momento de humillación, de simple reproducción y control, que priva a la mujer de poder ejercitar su maternidad con orgullo, confianza y autoridad.

¿Se puede revertir esto? Claro, pensando más en los niños y trabajando en pos de una civilización niñocéntrica, en donde los niños, sus valores, sus inquietudes y el jugar sean la prioridad. En vez de decir: mejor mamadera porque así se acostumbra, quizás hay que cambiar leyes laborales y exigir que la lactancia sea la prioridad, y obligar a las mamás lactantes a trabajar menos. En vez de estresarnos porque el niño no quiere dormir solo, dejarlo dormir con mamá, apapacharlo, darle la sensación de confort que necesita, evitando los llantos innecesarios y la disciplina que desde la cuna limita la libertad de pensamiento. Hay que educar a los niños con intuición, poniéndolos adelante de todo, aprendiendo con ellos, haciéndonos tiempo para jugar, obligándonos a ser parte de una crianza de apego, de amor, no normativa, no reglada, no estandarizada, que le permita al adulto acomodarse al niño, y no al revés. Cultivar el lazo amoroso entre madres y niños nos puede llevar a engendrar sociedades más comprometidas, solidarias y menos individualistas en las que desde la cuna todos podamos sentir «pertenencia y amor», y no necesitemos reconocimientos excesivos de la individualidad y el ego para «sentirnos amados», pues todos seremos amados.

Todo esto se puede hacer siguiendo la intuición a la hora de educar, pensar ¿Qué nos gustaría hacer si fuésemos niños? Jugar, saltar, ensuciarnos, probar, leer, aprender, conocer, interactuar, y siempre antes de razonar seguir al corazón. Siento yo que esto es lo mejor para mu hijo o hija? Siento yo que este es su horario para descansar o comer, o jugar? Siento yo que mi hijo no está recibiendo algo que necesita? Siento yo que mi niño es feliz?

Les recomiendo a madres, padres y educadores leer el libro, pues lo que a muchos les parece una serie de disparates a mi me parece el inicio de un cambio de paradigma que todos deberíamos contemplar,nuevas voces para mejorar la crianza humana, en un siglo que lo necesita.

El libro me hizo reflexionar sobre mi relación con mi madre, sobre todo, y la relación que quienes me rodean espera tenga con mi hija. Todos me dicen, girás alrededor de ella como si fuera tu sol, ella debería de adaptarse a tu vida. Yo me niego a creer eso y lo combato, sigo su ritmo, entiendo que debo renunciar a ciertas cosas en este momento de mi existencia en pos de ayudarla a crecer y me aseguro que dentro de su crianza sepa que su mamá está para «contenerla y darle amor». No estoy aquí para retarla, para decirle «comportate porque así es el mundo», no estoy para castigarla, u ordenarla, estoy sólo para amarla, pues el mundo nunca podrá darle lo que puedo yo. El mundo será hostil, le enseñará a ordenarse, normarse, reglarse, pero en su fuero interior siempre, hasta en los peores momentos, sabrá sentirse amada. Esa sensación, estoy segura, le dará la seguridad necesaria para tomar mejores decisiones y buscar en la vida, el mismo amor, el mismo respeto y los mismos valores de protección, sensibilidad, confort y saciedad que se le dio desde el día en que nació.

Mujeres, aprendamos a criar mujeres, no para la guerra, sino para ocupar el rol que venimos a ocupar en este mundo: BRINDAR AMOR, A TODOS Y A TODAS, PARA GENERAR UNA SOCIEDAD EN LA QUE TODOS DESEEMOS VIVIR.

 

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