Casi todos los mortales tenemos el desafío de criar a nuestros hijos con otro u otros seres humanos, los esposos, compañeros, novios, o amigos, nos ayudan a dirigir nuestras familias y construir los cimientos y valores que quedaran impresos en la identidad de nuestros pequeños los días a venir.
Pero nadie jamás le dice a una futura mamá, que posiblemente esa persona que duerme contigo todas las noches y con la que soñaste forjar una familia, se convertirá en el enemigo. Las madres van con el instinto, los padres con el conocimiento compartido acumulado por sus propias madres y padres, y esos dos sistemas de conocimiento a veces chocan y colapsan en la crianza del bebé. Todo pareciera distinto: El no le da de comer como vos, no sabe dormir a la criatura, no juega de la misma manera, no pone límites, no le presta atención a lo mismo; de repente todo es un problema y esa persona a la que tanto amabas se torna un poco diferente a tus ojos. Bueno, es un problema normal, resulta que ante la llegada de un bebé, los patrones de conducta y el conocimiento aprendido en la infancia hacen que demos a conocer un sistema de conocimiento inconsciente que marcó nuestra identidad y que ahora, en el momento de criar, se torna evidente. Los valores que nos inculcaron, las tradiciones, las normas, los métodos del amor, las formas aprendidas emergen como si se tratara de algo completamente nuevo en nuestra personalidad y completamente desconocido para nuestras parejas, algo que causa fricción y muchas veces rivalidad.
El sistema de conocimiento en el que nos criaron nuestros padres puede no ser igual al que acarrea nuestro compañero de vida, y las maneras de hacer lo que hacemos con nuestros hijos nos dividen. Esta situación nos hace sentirnos solas, a veces pensando que es mejor criar sola que acompañada. Bueno, por suerte hay soluciones por todos lados que no son tan extremas y que radican en lo siguiente: pensar que esta tormenta es básicamente la antesala de un nuevo sistema de conocimiento en el que educaremos a nuestros hijos y que servirá como legado para las próximas generaciones.
Por esta razón, en vez de pensar en las diferencias, en cuán bien lo hace uno y cuán mal lo hace el otro, en cómo no debería comer dulces y cómo habría que incorporar más fruta, intenta relajarte, disfrutar el momento, hablar de todas las cosas que incomodan y perdonar antes de reprochar. Mamá hace las cosas de una manera, y papá de otras, y ambas formas son igual de valiosas y deben ser respetadas y combinadas. Si como pareja deciden distribuir ciertas tareas, entonces aprende como madre a dejar que el tiempo que la criatura esté con su papá sea uno en donde no interfieres, y espera que el otro haga lo mismo con tu tiempo. No intentes demostrarle al otro que tus métodos son mejores, todos estamos aprendiendo a ser padres, no se trata de una carrera entre mamá y papá, se trata de trabajo en equipo con respeto como premisa constante.
Si deciden hacer cosas en familia y los niños están bajo el control de ambos, entonces pauten de ante mano cómo harán las cosas, para evitar sobrepasar la autoridad del otro o dañar auto-estimas. Aprende a dejar de pelear por lo que pasó: “Viste lo que has hecho hoy”, y di “Esperemos no hacer esto nunca mas, juntos”. Todo lo que sucede en la vida de un niño es el resultado de las acciones de ambos padres sin importar quién pasa más tiempo con la criatura. Somos nosotros los que debemos crear un nuevo sistema de conocimiento coherente, anclado en el amor y el cuidado que combine esas viejas enseñanzas con un conocimiento que le permita a las nuevas generaciones enriquecer el futuro.
Así que durante esta época de fiestas, deja todas esas peleas y disputas atrás y concéntrate en construir con los ladrillos que sirven, los del amor, los de la paciencia, los que te llevaron en primer lugar a traer a este mundo otra vida maravillosa.
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